jueves, 20 de octubre de 2011

Knud, el conde, el abad y la viuda



Prudence Laurel Leeds, sexto conde de Weddel-upon-Tyne, descendió del barco a lomos de su criado, precedido por su baúl que se estrelló contra los adoquines. El gigante pálido depositó al conde sobre los restos de su equipaje, y el noble dipsómano y lisiado se sostuvo precariamente erguido con la ayuda de su paraguas de seda gris.
Knud corrió prestamente hacia las oficinas del puerto en busca de un recipiente un poco más digno para las asentaderas de un eventual pero poco probable heredero de la corona británica. En una jerga que mezclaba el danés con el italiano y el portugués, nunca se sabrá cómo, se hizo entender y volvió con un cajón de madera liviana y una banqueta. Acomodó al conde en su patético trono, juntó el contenido del baúl que estaba disperso en el piso entre astillas y herrajes sueltos, lo metió todo como mejor pudo en el cajón y salió nuevamente a la carrera en busca de un medio de transporte y un albergue.
***

El alojamiento que había encontrado Knud era poco menos que dantesco. Sin embargo, estaban bajo techo y nadie hacía preguntas, al menos en un idioma comprensible para un danés, lo que lo hubiera obligado a responderlas. Por otra parte el inglés seguía preso de sus ingestas alcohólicas y en su delirio creía seguir en el barco.
Para cuando Prudence se liberó de los vahos y estuvo en condiciones de quejarse amarga y largamente de su condición de paralítico sin mayores recursos en tierra firme, el criado había localizado dos fondas aceptables y la estación de trenes.

***


Partieron de madrugada, sin saber muy bien dónde quedaba su destino, ya que Earl Prudence argumentando un capricho momentáneo había elegido Jujuy por aparentes razones de eufonía más que geográficas. A esta altura Knud tenía bien claro que el conde estaba huyendo, ya fuese de sí mismo con la afición a la bebida, ya fuese de alguien o algo impreciso, que el conde nunca iría a nombrar, al menos en condiciones de sobriedad.
Luego de haber padecido todo tipo de penurias, molestias y desavenencias, el dúo superpuesto llegó a la estación de Yala; empolvados y sedientos, irreconocibles más que desconocidos, estaban seguros de haber dado con algo así como la contrapartida de Copenhague y Londres, todo junto.

Con el cajón de madera conteniendo sus únicas pertenencias a buen resguardo en la estación, la banqueta y el conde a sus espaldas, Knud cruzó la plaza hasta un lugar donde creyó que podría encontrar alojamiento y comida. Cuando hizo los gestos usuales de alimentarse y beber, le señalaron la iglesia y el monasterio del pueblo; la traza de ambos era tal que los habían tomado por mendigos.
El danés golpeó en el portal y les abrió un fraile, que los hizo pasar y les señaló un aljibe. Knud sacó varios baldes de agua con los que ambos se lavaron la cara y los brazos hasta quedar con un aspecto aceptable. Comieron, descansaron y esta vez fué el conde quien preguntó al fraile y en latín por un lugar donde alojarse. La ocurrencia del inglés sorprendió al religioso, que no esperaba ese rasgo de cultura en alguien a quien hasta entonces había creído un mendigo y respondió que tal vez el abad pudiera informarles mejor.

***

El abad era un hombre bajo, de cabeza calva y redonda, nariz recta y cejas pobladas bajo las cuales se movían dos ojos oscuros e inquisidores. En un principio dudó en ofrecerles más que lo que ya habían recibido, pero las piernas lasas del conde lo hicieron mudar de idea. Bien podía alojarlos dos o tres días, el tiempo suficiente como para averiguar sus antecedentes y sus intenciones en un lugar tan alejado de los mares del Norte.

Sea porque el latín clásico tal vez no tenga los términos adecuados para referirse a productos contemporáneos como aguardiente o cigarros, o bien porque el abad recelaba de sus huéspedes al punto de limitarse a hablar sólo de lo que se había propuesto indagar, la conversación fue larga e incómoda; sin embargo gracias a ella el conde consiguió una habitación blanqueada a la cal con ventana al interior del monasterio, una bacinilla para sus necesidades y un permiso especial para que Knud durmiera bajo el alero; sin una silla de ruedas, el danés era su única posibilidad de desplazamiento. Debieron comprometerse sin embargo a no elevar la voz innecesariamente y en lo posible a guardar silencio, la paz monástica así lo exigía. Earl Prudence obtuvo sin embargo algo inesperado, un ejemplar de un diario en inglés, amarillento y manoseado, que a falta de otra literatura lo ayudó a pasar el resto de la tarde. Mientras tanto Knud volvió a la estación a buscar el cajón.
Concluyó así el conde que tal vez no fuera él el primer súbdito británico en pisar esas tierras. El periódico era de varios años atrás, y conservaba adheridos restos de un sello de lacre, lo que indicaba un envío postal a un residente de la localidad más que un olvido por parte de un viajero de paso por el monasterio...o ambas cosas.
Le ordenó entonces a Knud salir al pueblo al día siguiente por la mañana para hacer averiguaciones. Averiguar en este caso es una figura de lenguaje, porque el pobre Knud se vería limitado a una simple inspección visual de su entorno, aunque por otra parte -imaginaba el inglés- si hubiera otros británicos en Yala seguramente intentarían hablar con Knud, creyéndolo de los suyos. De esta manera sería los otros quienes preguntaran por él.
Knud regresó cerca del mediodía, con una indispensable botella de aguardiente bajo el brazo, y la novedad de haber sido seguido discretamente hasta el monasterio por una mujer menuda vestida de negro. Ningún vecino había dirigido la palabra al danés, y éste habia regresado con la opinión de que su llegada había causado en el pueblo más desconfianza que curiosidad. De cualquier modo el dueño del alambique no había tenido inconvenientes para trocar una botella por cuatro cigarros de hoja.
***

El domingo, después de misa, el mismo fraile que les había franqueado el paso a su arribo al monasterio, dirigiéndose al conde en un latinajo memorizado para la ocasión, le comunicó que el abad lo esperaba en el locutorio. Cargó Knud con el inglés a cuestas y lo depositó en una poltrona frente a una pequeña biblioteca. Hecho ésto, se retiró, en el momento justo en que la mujer de negro que lo había seguido entraba en la habitación detrás del abad. Se hicieron las presentaciones de rigor, en castellano para presentar el inglés a la dama, en latín para presentar la dama al inglés.
La mujer se llamaba Isabel y era una criolla, viuda de un escocés católico que se había casado con ella en segundas nupcias y había sido jefe de la estación de Yala, gracias a lo cual hablaba un inglés aceptable y además había heredado una casita cercana a los andenes. Estaba también lejanamente emparentada con el abad. Había visto a Knud llevando a Earl Prudence a cuestas, los había visto hacer señas para comunicarse con la gente del pueblo y había seguido al danés hasta ver que se alojaban en el monasterio. Pidió permiso en la iglesia para hablar con el abad después de misa, confirmó en parte su sopecha -ya que sólo uno de ellos era inglés- y allí estaba, para ofrecerles ayuda. Resultó también ser la poseedora de innumerables ejemplares del London Times que su difunto esposo recibia con británica regularidad cada tres meses, embalados en bolsas de tela gruesa con catorce ejemplares cada una; cuando llegaba esta encomienda en particular, se hacía sonar seis veces la campana de la estación, y el escocés salia en una silla de manos llevada por dos criados, quienes también retiraban las bolsas y luego lo llevaban hasta una fonda cercana donde según la hora del día bebía chicha o aguardiente. La silla de manos permanecía frente a la ventana de la fonda mientras los criados llevaban a casa todas las sacas menos una, la que contenía los ejemplares más recientes y que el escocés leía plácidamente sentado a la mesa de nudosa madera.
El conde escuchaba la historia con ojos cada vez más abiertos, porque había oído a su hermano Constance relatar una historia semejante, al regreso de uno de sus viajes por el mundo.
La diosa Oportunidad y la musa de la memoria, se entretienen a veces jugando con baúles, banquetas, dudosos monasterios, condes fugitivos y horarios de trenes.


Javier Valli, 25 de agosto de 2009

OTRO Y UNO



Superar la hoja en blanco pensó Uno y Otro le contestó con una risita burlona. Es que no sé que voy a escribir. Sos tan imaginativo vos. A ver a vos se te ocurre algo despues de todo? Que tal esa idea de la viejas tendiendo ropa. Las que estaban en un pueblo dominado por un gobierno militar? Si, esas. La cambié ahora no es mas un grupo militar son extraterrestres. Andáaa. Que no te gusta. Los extraterrestres, no tienen gracia me recuerdan los enanitos verdes con Fabio Zerpa. No era José de Zer? Es igual, otro esclarecido. Hacían la revolución las viejas. Si con broches de la ropa, andá. No me digas que no soy original. No sé para mi sos medio pelotudo. Claaaro vos que se supone sos la contraparte acumulás toda la materia gris de este cerebro.

[Uno escucha un timbrazo. Otro aumenta el ritmo cardíaco. Uno baja rápidamente las escaleras. Otro aumenta la acidez estomacal. Uno abre la puerta. Otro guarda la llave en el bolsillo derecho. Uno recibe la encomienda. Otro firma. Uno busca la llave en la cerradura. Otro la esconde y aumenta la sudoración. Uno cierra la puerta sin ponerle llave y hace un gesto de disgusto. Otro lleva la mano al bolsillo y Uno encuentra la llave. Uno le da la razón a Otro en silencio. Otro levanta al pasar una mandarina de la frutera y la va pelando camino al escritorio. Uno se ve con las cáscaras en la mano y vuelve sobre sus pasos a la cocina, a buscar el tacho. Otro enciende la hornalla y pone la pava. Uno vuelve al escritorio]

La hoja sigue en blanco, pensó Uno. La encomienda, dijo Otro. Quedó abajo, después la veo. Tres meses por unos libros, está bien que vienen de afuera pero es una barbaridad. Es que es caro el correo. Los euros son caros. Estábamos hablando de las viejas que tendían ropa. Si con Fabio Zerpa. No, sin Fabio Zerpa y con broches de colores. Y se comunicaban entre ellas. No, con los extraterrestres. Es joda. ¿No te dije que cambié la idea? ¿Y cómo con los extraterrestres? Con un código.Como en Poe con el escarabajo y las viejas lo descifran anndáaaa. No, los extraterrestres. No lo he visto a Dios con gorra 'e vasco. Colores, usan colores. Y todo eso en un cuento. Si, en un cuento, bueno, una novela. Y vos ¿vas a escribir esa novela? Claro, si. Pero lo que tenés que hacer ahora es un cuento. Si pero no se me ocurre nada más, justamente ahora . Eso te pasa porque dormís mucho. Y vos con eso no tenés nada que ver. Claro que no. Como que no son tus horas libres cuando duermo. Si justito para andar por techos y precipicios con julepe de caerse y le llamás horas libres. Claro el julepe es solamente tuyo, como que yo no me despierto hecho una sopa. Estabas hablando de colores y las viejas. Tienden la ropa con broches de colores y en la serie de colores hay un código. Y los enanos verdes? Y dale con Zerpa, che, yo dije extraterrestres. Bueno, eso. Los extraterrestres reciben la información. Sos cómico vos. Asi no te resulta tan aburrido vivir conmigo, no? A veces pienso que yo no me merezco esto. Mirá que me voy a dormir y aparecés en un barco de galeote. Hay un ruidito como de tableteo no? Otra vez pusiste la pava sin avisar. Yo no tengo la culpa si vos no registrás lo que hacés. Yo tampoco me merezco esto. Aprovechá y preparate un té. Claro para que vos después vuelques la taza. Un mate volcado en el teclado de la Olivetti es peor. O sea que en definitiva si yo no escribí nada todavía es porque vos no has querido que escriba y ahora me salís con el té para arruinarlo definitivamente. ¿Tomarían té las viejas tendedoras? Ahora cargame como que no tengo elaborado el personaje, no? Yo te pregunto si tomarían té. No sé que tiene que ver una cosa con otra pero sí, toman té y mucho por? No sé, me acordé de una película donde la chica está embarazada y toma cantidades industriales de café. Este té está horrible. Claro porque lo hiciste con el filtro usado. Seguí jodiendo vos y te voy a hacer probar un porro. Amenazame y vas a ver que el próximo mate lo cebás con orégano. Acá va tu tecito, amargo para que no me subas la acidez. Vamos al escritorio. No, cuanto más lejos del escritorio esté la taza mejor. Bueno, pero ¿asi solo, ese tecito? ¿Un pan con manteca y miel andaría, no? Excelente. Asi se me cae sobre la resma de acuatro, ¡te conozco, mascarita! Es que me preocupo por tu salud. Para eso no me hagas entrar en el super cuando sabés que hay oferta de lácteos. Claro, asi después volvés caminando por no comprarle el yogur a los chinos que apagan las heladeras de noche. Chinos, un cuento con chinos. No te digo. Y ahora que te pasa. Esos platos fuertes no son para vos. Cantame un tango ahora. No más, inventate el nombre de los personajes. Tiro una lata vacía por la ventana y listo. No te digo que sos cómico y de chistes viejos además. Claro con la heurística que usted me aporta voy a hervir en la originalidad. Pileteá la taza y andá a Olivettiar. No, mejor voy a abrir la encomienda.

[Uno abre el paquete. A Otro se le caen los libros de entre los papeles del envoltorio y vuela una tarjetita abajo del mueble del televisor. Uno se agacha a juntar los libros. Otro ve la tarjetita y la levanta guardándosela en el bolsillo dela camisa. Uno hojea el libro más grueso “El Conde de Montecristo”. Otro recrea la figura del padre leyendo sentado sobre una bolsa de granos. Uno abre el libro. Otro elige el par de páginas que estaban subrayadas con lápiz. Uno se maravilla de la pluma de Dumas. Otro propone pensar en el almuerzo. Uno deja el libro sobre el sillón y va a la cocina en busca de la libreta de teléfonos]

No hay caso yo te elijo a Dumas para que lo asocies con el Gato y la comida casera y vos cazás el teléfono. Claro, si voy a ponerme a picar cebolla a las tres de la tarde. Y que hay. Hambre hay. Unas empanadas entonces. Jugosas para que chorreen en el papel y en el teclado. Y dale con Pernía. Es tu culpa que me hacés arruinar los trabajos y además tengo que escribir y para eso me hace falta tiempo. Pensar es lo que tenés que hacer. Claro con la paz espiritual que usted me proporciona. No te digo que Dios le da pan al que no tiene dientes. ¡Un sanguchito! De berenjenas y atún. Claro así con el aceite mancho las hojas. Si todavia no escribiste nada. Escritas o no si se manchan ya no sirven más. No será mejor pedir comida china? Es una chicana? No se me ocurriría. Acá no hay ningun delivery de comidas chinas. Mirá en el bolsillo de la camisa. No es un delivery es un restaurante. Justamente nos vendría bien un cambio de aire. Y de entorno. Si y también de interno pero eso no tiene remedio. Eso decís vos no sabés las terapias alternativas que hay. Que también transplanten eso me vendría bien. Nunca aprendiste. A qué. A vivir conmigo. Es que se supone que vos no tendrías que hacerme daño. Yo no te perjudico. Claro porque cada tanto me hacés creer que los encuentros son casuales por ejemplo. Exacto. Pero yo no hago nada si a vos no te gusta. Estoy para eso, me dijeron. ¿Te dijeron? Si, los enanitos verdes, boludo ¿quien me lo puede haber dicho? Como no sea en la clínica cuando ataron el ombligo...Es una forma de decir que esto está programado y que mi función es protegerte. Protegerme de la escritura por ejemplo. Claro, para que no cometas aberraciones. Ya te dije que vas conocer las virtudes liberadoras del cannabinol. Pueda ser que así escribas algo coherente, aunque pensándolo bien preferiría que te durmieras una siesta. Si y levantarme media hora antes justito para ir al taller. Sería. Sería las de Jara, tengo que escribir ese bendito cuento. Por ahí el argumento sale del sueño. Vos nunca proponés nada, más bien me hacés desistir de lo que yo emprendo. ¡Es que emprendés cada cosa vos! ¿por qué no te ponés a leer un peiper? Parecés mi jefa. Un poco de razón tiene. Defendela, claro, si te gusta. Boludo. Atorrante. Juntos somos dinamita. Si, pero mojada. Culpa tuya por tanta birra, el whisky es más seco. La Quilmes viene cada vez peor. Por eso lo último que tomaste fue una Stout. Ahora decime como se acaba esto. Qué cosa . El cuento. Qué cuento, si no escribiste nada. Lo mismo da, hay que pasar a otro tema. Como almorzar, por ejemplo. Por ejemplo.

[Uno toma el llavero y va hasta la puerta. Otro toma el paraguas al pasar. Uno sale con el paraguas en la mano y achica los ojos por la resolana de las tres de la tarde. Putea bajito a Otro que se esconde en un bostezo de hambre. Uno pasa el paraguas por el respiradero del sótano y lo deja caer. Otro hace una seña a un taxi que pasa. Uno sube al coche y se alejan]
JMV 15/7/09

No te des por vencido ni aun vencido



Había nadado desesperadamente, aferrado a las tablas. Fueron su prisión y luego le salvaron la vida. Atravesó una madera detrás de las dos rocas puntiagudas, pasó la cadena por entre ambas y así se aseguró de que si se dormía o desmayaba la corriente no lo arrastrara. El grillete habia comenzado a lastimarlo, el sol y el agua salada harían sin duda lo demás en corto tiempo. No había más que musgos, algas y esa piedra volcánica lustrosa y áspera. Igual que su isla natal, antes de que llegaran los piratas. Un pedacito, tanto como para morir con el recuerdo frente a los ojos. Pero porqué morir? Los dioses le habían conservado la vida, les agradeció bebiendo un trago de agua en el hueco de la mano y ofreciendo el resto en un abanico de gotas, como habia visto hacer a los ancianos una vez, pero con el dulce vino oscuro de las tinajas de barro.
Morir? Imposible, estaba vivo y entero. Todavía podia dar pelea. Un pececito quedó atrapado entre los musgos y el se lo tragó de un solo bocado. Las escamas se le pegaron al paladar, el gusto amargo lo llevó a un pasado no tan lejano cuando era niño y masticaba esas extrañas bayas que lograban mantenerlo despierto durante la noche, vigilando. Era el único hijo varón y el padre, junto con los otros adultos de la isla, había partido a la guerra. El abuelo casi ciego le habia confiado el secreto de las bayas.
Estaba vencido. Vencido cuando se lo llevaron los piratas y lo encadenaron en la bodega. Vencido ahora con el sol alto que lo enceguecía y lo quemaba, con el mar que embestía el peñón una y otra vez como si quisiera volver a llevarselo. Pero no. No. Otro sería quien se dejara vencer, él no. Tenia que sobrevivir. Como su padre , como su abuelo y otros tantos más. Conservar la vida. Le latía en las sienes con furia la sangre de su raza. Luchar contra la adversidad. Los dioses le habian dado la señal al permitirle alcanzar esa roca solitaria. Estaban de su lado, de lo contrario lo hubieran dejado morir junto con el resto. Pero sólo para él se rompieron las tablas del barco, sólo para él estaba esa roca, sólo para él los dioses habían creado la esperanza.

Javier VALLI

La Visita




Miró el reflejo que se hacía por debajo de la canilla y le pareció una mujer de pollera blanca y larga, con un delantal oscuro y las manos cruzadas por el frente. No llegaba a vérsele la cabeza y pensó qué triste sería existir siendo un reflejo encerrado en un grifo, y encima encorvado como mirándose eternamente el ombligo.
Llevó la vista a la alfombrilla de trapo y en los hilos pisoteados le pareció distinguir innumerables seres milimétricos, cabecitas de gnomos, mujeres de rodete, ancianitos de sombrero de paja. Ellos al menos tendrían compañía cuando la oscuridad disolviera a la mujer de la canilla y al mismo tiempo los liberara de la alfombra.
El desgaste del piso bajo la ducha le mostró un vergel de árboles y flores, pájaros y reptiles. Un gnomo empuñaba inútilmente una caña tacuara frente a un río o quien sabe, una laguna.
Se levantó y volvió a sentarse un poco más a la derecha. La mujer de pollera blanca desapareció, no así los muñequitos de la alfombra ni las manchas del piso. No estaba tan prisionera del grifo como él habia supuesto, y era evidente que aprovechaba la menor oportunidad para escaparse. Tal vez había ido en busca de un delantal más limpio para ponérselo antes de recibir a las siguientes visitas. Huía en pleno día, una distracción le bastaba para liberarse.
En las vetas del mármol del lavatorio encontró otra vez el río. Tal vez los gnomos vendrían a pescar en él durante la noche. La bacha le mostró los conocidos rastros de óxido y de tinturas para el cabello, y de los potes que alguna vez habían estallado en caídas repentinas, dejando unas marcas rosadas y en abanico que habían ido oscureciéndose con el tiempo. Pensó que ahora eran como almejitas y que tal vez los gnomos podrían recogerlas para alguna cena frugal. El espejo biselado y vacío no le franqueó el paso a ninguna parte y debió contentarse con un paseo por la casa.
Transpuso la puerta y el ruido lo estremeció; seguramente la radio había perdido la sintonía y se oía algo así como un murmullo apagado de voces diferentes, intercambiando frases breves en un idioma incomprensible. Cruzó por el escritorio y la biblioteca, fue despacio hasta la cocina y encontró la mesa puesta para tres. Tres servilletas de colores distintos, dos vasos de agua, una copa para vino, la panera con galletas, tres cucharas, tres tazones sin asas para el guiso. En los pliegues, manchas y bordados del mantel se escondían otros seres menores: reptiles, flores, insectos, algunas caripelas inexpresivas. Y en el linóleo del piso de la cocina volvió a encontrar las nubes de una tarde de mayo, frente al río. Se abrió la ventana y el aroma del azaharero por poco no lo ahogó. Volvió a cerrarse y el crujido de la falleba le sonó en las sienes como un estallido.
Iba a tardar en acostumbrarse a su nuevo estado. Esquivó un gato que corría nerviosa e inútilmente de una habitación a la otra. Dejó atrás la cocina y la mesa tendida para tres, se filtró por el agujero de la cerradura y salió a la calle, antes que alguien de su familia se diera cuenta de que había estado de visita.





Javier VALLI
25 de mayo de 2010

Bereshit



Los dioses del Olimpo y los del Walhala, llamaron a reunión general a todos los demás dioses para tratar ciertas cuestiones de importancia en la regulación de la vida en el más allá y en el más acá.
Al parecer el mundo recién creado carecía de cosas esenciales. Era más bien un ovillo de rocas y metales, como si hubiese sido un desmoronamiento de mundos anteriores, amorfo e inútil. Sobre esa superficie riesgosa, brillaban los montes y resplandecían los palacios en que moraban las divinidades y a cierta distancia de todos ellos parecía arder algo semejante a un ovillo de ramas, eternamente y sin consumirse.
Concurrieron entonces centenares de diosas, preñadas de cientos de genios y duendes de la naturaleza, que no podían parir porque no había un solo tallo, una sola hoja verde, una gota de agua donde asentar tanta ninfa, tanto sátiro, tanto espíritu primigenio. No había tampoco aire para hacer el viento, ni agua para el mar y los ríos, para que erosionaran las rocas, y los dioses de los nómadas llegaban en pequeños grupos, callados y buscando un solo, un único, grano de arena ejemplar, con el que comenzar a poblar sus desiertos.
Llegó también un dios anciano de barba partida, acompañado de un joven rubio de túnica sin costura. El anciano traía las manos embadurnadas con una sustancia desconocida, seguramente algo primordial con lo que había estado obrando momentos antes. Los rodeaba a ambos un aura dorada que de a ratos parecía plasmarse en la figura de un ave.
Zeus, Odín y la Trinidad brahmánica parecían presidir la reunión
-Estamos reunidos para ver que vamos a hacer con este mundo que creamos- tronó Zeus .
-Entre todos tenemos que decidir que hace falta y que no- se animó a decir Siva, desde adentro de la Trinidad que se veía como un paquidermo giratorio y multifacético.
-Pero apúrense, que estamos que reventamos- dijeron a coro las diosas preñadas.
-Creo que lo primero que hay que hacer...- empezó Odín.
-Silencio! - lo increpó el viejo de barba partida- yo ya tengo hecho bastante, cuando ustedes decidieron reunirse ya hacía rato que yo venía creando cosas.
-¿Cosas? -dijo Odín, todavía amoscado por el reto- ¿como qué cosas?
-De todo, hasta el Hombre y la Mujer, hemos creado - se animó al plural - por eso traigo las manos embarradas, de crear al Hombre, Adán, y al ratito a la Mujer, Eva se llama.
-¿Ah, sí? - dijeron las diosas- y ¿está de encargo, también?
-Bueno, parece que ustedes no entienden nada... a ver, yo vengo de crear a la especie humana. Entre otras cosas para que ellos los imaginen a todos ustedes. Ustedes son, existen porque mi creación los imaginará. Y como ustedes deberían saber, en estas cuestiones divinas no hay tiempos verbales, es lo mismo antes que después, la consecuencia puede preceder a la causa.

En ese momento se produjo un murmullo generalizado, que fue interrumpido por las voces de Odín y Zeus que a dúo estallaron:
-¡Jamás! El mundo que creamos necesita de nosotros, y no nosotros de él.
-¡Creemos algo ya! Algo de cuya importancia no quede lugar a dudas. El bicarbonato, por ejemplo- dijo Hefestos sacudiéndose las chispas del trabajo en la fragua.
-¡Si, el bicarbonato! ¡tenés razón rengo, y de paso también el agua!- dijo Poseidón, todavía en seco y sin reino.
-¿Bicarbonato quieren? -dijo Palas Atenea- ¡Pero se lo bancan ustedes, no quiero cuentos después!
-¿No escuchaste hablar al viejito, que nos dijo que el tiempo verbal era insignificante en estos casos? -se oyó desde el fondo a una musa.
-¡Quién dijo eso?- saltó Cronos, mirando la clepsidra inútil que los dioses orientales le habían traído de regalo.
-Yo lo dije, y más vale que te vayas fijando en lo que comés, mocoso- reaccionó el de barba partida, con la aureola cada vez más verdosa por la indignación de verlos pelearse por el segundo puesto.
-Repito, quieren bicarbonato y bicarbonato tendrán: ¡hacheceotrés, rayita!- creó la Niké entre dos resplandores del escudo.
    Y el bicarbonato se corporizó, bajo las propias narices del viejito omnisapiente.
    -Ya conoces nuestra creación, vejete, ahora muéstranos la tuya - le zampó Palas repentinamente doblada al castellano peninsular. Seguramente la insignificancia de los tiempos verbales estaba prestando su efecto.
    -Mi creación está encerrada en un jardín, son ustedes los que tienen que ir allá y eso por el momento no puede ser.
    -¿Un jardín? También creaste un jardín? - preguntó Deméter en un hilo de voz.
    -Jardín y lo que no es jardín, gordita. He creado de todo. Y lo mejorcito, lo puse en el jardín.
    Mientras tanto el bicarbonato, que había sido creado como una masa informe, comenzó a dar señales de estar produciendo otras cosas a partir del plasma incorruptible que lo constituía. Surgieron de él las lavas de los volcanes, las aguas de los mares donde sin dudar un instante se zambulló Poseidón y los aires que en movimiento dieron lugar al Céfiro y al Noto. También surgieron de sus entrañas de piedra fundida y en forma de funciones de onda mentales la más variada serie de nociones y conceptos éticos y morales, políticos, filosóficos, teológicos, desde la monarquía absoluta hasta la delectación morbosa en el conticinio, pasando por el esteleonato. Brotaron la caja de Pandora todavía vacía, el martillo de Thor y el mazo de Daikoku, el hígado y el águila de Prometeo, una yunta de centauros con herraduras de oro, y toda la utilería necesaria para unas mitologías comm'il faut.
    En cuanto a lo elemental, emanaron del bicarbonato el nitrógeno, el hierro, los alcalino-térreos, los gases nobles y el uranio 235. El ozono quedó para después y el Malo aprovechó para inventarlo, festejando con ello la expulsión del paraíso. Amagó con el bosón de Higgs pero arrugó y aún lo están esperando.
    Constituído en piedra angular de la filosofía, el bicarbonato fue reverenciado por los dioses olímpicos desde el momento de su creación. Mucho tiempo después se dijo que la joya central en el turbante de Alá estaba compuesta de bicarbonato monocristalino. Y tal vez estuvieran saturadas de bicarbonato las aguas del Leteo, pero nadie lo recuerda.
    La victoria final le llegó cuando Yahvé lo incluyó en el metabolismo de los seres vivos. Lo hizo al abrir la puerta del Edén, como un gesto de misericordia hacia la vida silvestre y un acercamiento a los otros credos.



    Javier VALLI
    2/V/2010
    Bereshit: en el comienzo (así empieza la Biblia en hebreo). Iparraguirre no me deja mentir.
    Niké: Victoria, en griego. Una "advocación" de Palas Atenea. Ojo ahora al nombrar las zapatillas.
    comm'il faut: del francés. Como es necesario (que sea)
    Leteo: rio del infierno, cruzarlo provoca amnesia.

    Agua, que me da sed nombrarte.



    Subió con paso ágil y decidido los tres escalones y entró al ascensor transparente que lo conduciría al último de los trampolines. La multitud coreaba su nombre, aplaudía, rugía. Un juego de luces enmarcó a la docena de mujeres que -ya en el agua- se desplazaban armónicamente, como un calidoscopio humano que esperaba la llegada del clavadista.
    Se irguió sacando pecho. Extendió los brazos y los llevó hacia atrás y hacia adelante, ensayó un saltito que creyó gracioso, y se tiró. En la caída fue haciendo giros y piruetas, que el público siempre aplaudía y coreaba, rugiente y fervoroso. Por último, extendió los brazos , cerró los puños y cruzó la superficie del agua justo entre las doce nadadoras que lo esperaban en circulo tomadas de los brazos, herederas inconfesas de una Esther Williams para todos olvidada. Nadó unos metros por debajo del agua para salir a la superficie en medio del círculo de ninfas y náyades ya bastante veteranas. El público volvió a corear. ¡Blas Plá! ¡Blas Plá! O decían ¡Blasblasblás! Y aplaudían con un plaplaplá que no por cariñoso dejaba de sonar burlón a los que recién conocían al menudo, flexible y conspicuo clavadista onomatopéyico.

    Esa noche, en la piecita del fondo, acostado mirando el techo de telgopor y varillas de aluminio, se preguntaba cómo habia llegado a ser quien era, o lo que era, sin hacer mucho esfuerzo en diferenciar una de otra cuestión. ¿Era un predestinado? ¿Un pobre infeliz que había desarrollado una habilidad creyendo que elegía libremente? No tan libremente, ya que en Masagua siempre se habían fomentado los deportes acuáticos, desde la época fundacional cuando los colonos holandeses y valencianos trajeron molinos y arroces, cuando el paisaje se fue llenando de lagunas artificiales, cuando el río aumentó su caudal con el cambio climático...
    Tras la pared de la piecita alguien cantaba una canción. Blas no tardó en quedarse dormido. La misma canción pero esta vez grabada y a la mañana siguiente, lo despertó:
    Amor o que será mais certo que o futuro
    si nele é pra habitar a escolha do mais puro...
    Había nacido en épocas signadas por el agua, y si a algunos italianos les decían que su apellido salpicaba tuco, a él con toda justicia y sin ofenderlo, le podían decir que su nombre completo salpicaba agua...qué hubiera sido de él si se hubiese llamado...Estanislao Bernasconi, por decir algo. Nombre campero con resonancias polacas, apellido italiano, con ecos de friscaletti y memorias de azafranes. ¿Hubiera sido nadador? Tal vez sí, pero ¿con qué éxito, con qué popularidad? ¿cuán importante es para uno el propio nombre? ¿cuántas cosas de una historia personal se vieron definidas por un nombre cacofónico, ridículo, en fin inadecuado? Sin ir más lejos -pensaba- ahí estaban sus primos maternos, los mellizos Bevilacqua, uno se llama Amadeo como el abuelo, y el otro ¡Günther! ... todo por un metejón de la tía Lorena que se pasó el embarazo leyendo novelas de kiosco...¿y el nombre, de por sí, sin mediar rarezas ni ridiculeces, no influía en el destino? Pues claro que sí! ¿no se le cambiaba el nombre a un niño gravemente enfermo “para que la Muerte no lo encuentre”? Pero bien sabían los ancianos que no era así de fácil, que el cambio ajustaba los resortes más profundos y secretos del Destino. Tal vez debería decidir primero que esperaba hacer de sí mismo, no fuera que el nuevo nombre le jugara en contra.
    Tomó prestado de la biblioteca del barrio un viejo volumen del Almanaque Social, y comenzó a estudiar los nombres y las profesiones de la gente. Muchos estaban evidentemente tomados del santoral, otros parecían responder a una moda de la época; tal vez sólo fuera que eran familiares entre sí y llevaban el nombre de un antepasado famoso. Encontró algunos tocayos, todos con apellido español.
    Al otro día, ya lo tenía decidido: comenzaría la extraña tarea de recrearse a sí mismo cambiando su nombre y su apellido. Y de antemano, creyó conveniente autolimitarse: sólo uno de cada uno. En cuanto a su identidad actual, seguiría usándola; así la nueva obraría desde lo oculto, desde la sombra.
    Después de haber almorzado, se presentó en el Registro de Identidades y Homonimias, una oficinita escondida al fondo de un pasillo en el segundo subsuelo de la Secretaría de Gobierno de Masagua . Amparado en su bien ganada fama, se basó en una necesidad de ocultarse para cierto tipo de actividades como el estudio o las vacaciones. No podía argumentar la influencia secreta de los nombres sobre el destino humano; mucho menos hacer un planteo estético, para desembarazarse de un nombre tan sonoro como el suyo. Las empleadas cholulas hicieron del trámite un procedimiento sumario, casi repentino. Y Blas Plá salió por una puerta lateral de la Secretaría, con anteojos oscuros y orgulloso portador de su nueva documentación falazmente original.
    Ya vuelto a su casa y en la piecita del fondo, sacó su ropa de trabajo del armario- un gorro de goma y un slip con un estampado de estrellitas fugaces- la puso en el bolso gris y salió cerrando la puertita de madera. Partió en motoneta hacia el Centro Deportivo. Cruzó puentes y bordeó lagunas, dejando atrás arrozales frescos y viejos molinos quejumbrosos. Cruzó un barrio de monobloques y entró en el casco histórico de Masagua. Subió una escalinata llevando la motoneta de tiro, entró a la Plaza Mayor y allí la dejó -frente a la librería- atada con la manguera con cadena y un grotesco candado con contraseña. Un grueso nubarrón comenzaba a cruzar el cielo y Blas se preguntó intimidado si se suspendería el espectáculo, obligadamente a cielo abierto dada la desmesurada altura de la torre de los trampolines. Y lamentó el olvido de la campera de lluvia y las antiparras de manejo.
    Las ninfas llegaron en una buseta, bajándose en rumoroso tropel y ejerciendo el comportamiento de rigor para ingresar a lugares públicos en dias de amenaza pluvial. Los organizadores iban a tener con ellas sus buenos treinta minutos de dimes y diretes como cada vez que llovía, y Blas aprovechaba siempre esa demora para hacer unos largos en la pileta cubierta. Ese día en cambio, recorrió la plaza con paso lento, hasta que sonó el reloj de la Alcaldía y lo sustrajo de sus oscuras y secretas cavilaciones.
    Un inmenso dodecaedro opalescente se abrió para dejar paso a las primeras nadadoras y devorar los primeros aplausos. Un diminuto y ensombrecido Blas, semioculto tras la torre de los trampolines, subió los escalones, se dejó conducir por el ascensor y caminó por la tabla, dejándose caer al agua como quien es obligado a marchar hasta el borde de un madero extendido fuera de la borda, para morir en un mar de feroces tiburones. El público enmudeció. Cayó de pie, deglutido por el calidoscopio de náyades y ya no volvió a subir.


    Javier VALLI, 6 de diciembre de 2009

    FORMOL

    FORMOL

    El cíclope está en un frasco de vidrio de la morgue, embebido e impregnado de formol, con su único ojo entreabierto. Nos mira desde allí vigilante, patético y miserable, en su eternidad provisoria.
    El cíclope está muerto, eso está bien claro para cualquiera. Pero sueña sueños de cíclope. Y tiene pensamientos de cíclope. Y hace observaciones de cíclope, con su único ojo central y un rictus de amargura en los labios.
    La ciencia ignora esto. Lo sabemos solamente el cíclope y yo, que hemos conversado largamente en las noches de guardia, cuando las luces se apagan y las puertas se cierran y los empleados de estadística ya se han ido a su casa y no se entregan ni se reciben más cadáveres hasta el día siguiente. Entonces yo, el Tato, me saco mi guardapolvo gris, lo cuelgo del gancho en el costado del armario y me recuesto en el hueco abajo de la mesada. Desde alli escucho murmurar al cíclope. A veces canta, a veces es un lamento, un aullido prolongado lo que escucho, otras es un sip sip como si se bebiera el formol del frasco.
    Cuando lo escuché por primera vez creí que alguien había descubierto mi escondite. No había nadie en el museo, en el pasillo, en las oficinas, ni las ratas, ni siquiera el gato. Cucarachas a montones pero ese ruido lo conozco bien, además lo que yo oía era un murmullo, o mejor dicho una gárgara. Busqué, revisé, encendí varias veces las luces de repente tratando de sorprender al intruso. Nadie. Y ese ruido. Era una noche de verano y pensando que podía dormir en un banco de plaza, me fui.
    En la plaza, bajo el roble, tuve la gran revelación: tenía que ser el cíclope. Es la unica pieza completa, un cuerpo de bebé completo, las otras son brazos, piernas, tumores, huesos con carne, como los del puchero. Hasta tienen el mismo color grisáceo, yo puchero no como más, apenas la papa y la zanahoria, lo demás me da impresión, cosa. Desde que frecuento el museo de la morgue, claro.
    ¿Y qué vigila el cíclope, desde su frasco en el tope de la estantería? Para empezar me vigila a mí. Lo confesó la otra noche, cuando la tormenta inundó el subsuelo y no tuve más remedio que subirme a la mesada central, donde exponen los cadáveres a los alumnos. Reconoce a las personas aunque no sepa sus nombres, y así pudo asistir a mi historia, a mi lento deterioro. Porque yo, antes, hace años, era el jefe de todo esto. Me lo dijeron los choferes, ellos sí tienen buenos sentimientos no como esta manga de...si, el jefe, hasta que no pude más. Y no sé, no recuerdo cómo, pero dicen que cambié el guardapolvo blanco de médico patólogo por uno gris, de ordenanza, y me quedé a vivir acá en el museo, abajo de la mesada; almuerzo con los camilleros, me higienizo y voy al baño en la sala de psiquiatría, tomo mate con el gordo de estadística, y así tejo mi vida, afásico, estrábico, un poco rengo, pero la cabeza me funciona bien. Y tengo la llave de la puertita del costado, que todo el mundo imagina condonada. Otra razón más para creerles a los choferes. Aunque todos digan que quedé medio tonto, que el deterioro es más severo de lo que es en realidad, pienso y razono con lucidez, como debo haberlo hecho siempre, porque yo de mi condición anterior no guardo recuerdos. Se borró todo, como quien le pasa el trapo a un pizarrón. Y yo a los choferes les creo porque el cíclope también me dice que él antes me veía por acá.
    Me dicen Tato, porque yo mismo olvidé mi nombre. Algo raro hay en todo esto, porque los choferes deberían saberlo, es extraño que conozcan mi historia sin saber como me llamo. Y yo no pregunto más, con lo que sé me es suficiente. Hasta tengo un poco de miedo de averiguar. Y el cíclope es bastante jodido con esto, nunca da precisiones acerca de nada.
    La voz del cíclope es como un eco, un eco en el cerebro. Le respondo en tono bajo, casi con un susurro. No le gusta que lo interrumpa. Si lo hago se queda callado por largo rato, y retoma la conversación en el mismo punto en que la dejó, como si yo no le hubiera dicho nada.
    Otro a quien el cíclope vigila es a Ovidio, el eviscerador. Bien vigilado está ese Ovidio, viejo hijo de puta roñoso.
    El cíclope dice que Ovidio se afana las piezas anatómicas que se descartan al digestor. Mientras no se las lleve para comérselas, no me importa. Antropófago, tiene uñas para eso. Y a mí tampoco tendría que importarme, yo acá la paso bien, duermo y como, es como mi casa. Mi casa, debo haber tenido una alguna vez. El cíclope dice que antes yo no dormía acá. Y que a veces me iba acompañado. Pero yo me olvidé de todo, como el pizarrón mojado, no? Y ahora estóy acá, es lo único que sé. Y el cíclope que me revela el trasfondo de las historias. Él percibe más allá de todo, es como un vidente. Pero dice también que no nos conviene revelar todo lo que sabe, porque su sabiduría está contenida en otra dimensión, en un espacio como el que nosotros habitamos pero diferente. Y en ese espacio, desde ese espacio, él se comunica, conmigo y con otros cíclopes como él, en otros museos, en otros frascos, porque cuando escucho que canturrea en realidad está comunicándose con sus pares, qué sé yo, habrá que creerle. Y es por eso que su voz me suena como un eco directamente adentro de la cabeza. Trasmite. De él a mí, directamente.
    Dice que en su dimensión el espacio no representa lugares sino velocidades y que lo que yo veo es una proyección de su cuerpo en reposo. No entiendo bien lo que ha querido decirme pero si le pregunto enmudece y yo quiero que hable.
    Porque el cíclope es muy sabio. Dice muchas verdades. También es medio retorcido, son muchas las veces en que no entiendo de qué me habla pero yo lo dejo que siga hablando, hasta que al final es como un fúlmine en mi cabeza y se acomoda todo, se cuajan todas las verdades y yo me quedo dormido, con mi cerebro agotado de recibir la información ciclópica.
    En total en el mundo son sesenta y tres cíclopes en red, unos están en frascos de formol, otros momificados. Si bien parecen ser el fruto anómalo y desviado de un embarazo humano, el cíclope insiste con que son proyecciones de una dimensión extraña a la nuestra, serían entonces parte de una especie de invasión silenciosa y lenta. Hay formas y formas de invadir, esta es bastante perversa. Se gestan cíclopes porque es la vía más segura de que se destinen los cuerpos al estudio anátomopatológico y luego permanezcan en el museo de una morgue.
    Nacen” con mal pronóstico de vida y cuando finalmente son dados por “muertos”, en realidad asistimos a una inmovilización de la parte proyectada hacia nuestra dimensión. Los cortes, la inmersión en formol, no los afectan, no pueden afectarlos. Comienzan a vigilar, observar, trasmitir, ya desde el primer momento.
    Dice el cíclope que cada tanto, cuando los sesenta y tres transmisores están establecidos, promueven un embarazo normal, y ése es el Operador. Algo que yo me palpitaba porque no se puede invadir un país, un mundo, colocando un radiotransmisor en cada hectárea. Alguna mano activa tenía que participar en esto. Me nombró a dos Operadores pero como yo no recuerdo nada del pasado, no significaron nada para mí. Uno tenía un nombre muy largo: Trismegisto. Y el otro cortito, Buda. Su función ha sido “elevar la realidad a planos superiores” y lo repito tal como lo dijo el cíclope porque no me doy cuenta de a qué se refiere. Al menos el gordo de estadística dijo que a Buda lo habia oído nombrar, que era el fundador de una religión. Y me miró raro; le llamó la atención la frase, porque todo el mundo me tiene por tarado e incapaz.
    Sospecho que esto va a terminar mal para el cíclope, para mí y para el mundo también. Y la culpa va a ser del viejo roñoso ese, el Ovidio, ese cascarudo de sarcófago. Tarde o temprano le va a tocar al cíclope en el recambio de lugares, va a volcar el frasco con el tope de la escalera, o se le va a resbalar de entre las manos, esas zarpas mugrosas que tiene, y chau frasco, cambió de forma. Y ahí el cíclope va a sacudirse o estrellarse contra el piso. Y el movimiento de esta dimensión va a llamar, va a conectarse, a comunicarse, con el de la otra, nuestro espacio de distancias se va a llenar del espacio de velocidades de la realidad del cíclope y este mundo va a estallar. O tal vez quién sabe el frasco rebote en un peldaño de la escalera y alguien lo abaraje antes de que caiga y el cíclope se salve. Salvación, porque tiene mucho aún que vigilar desde allá arriba, en el último estante del museo de la morgue.



    JMV