miércoles, 4 de enero de 2012

El señor Schrödinger lleva su gato al veterinario

Muón temblaba debajo de la arpillera gastada. Apenas tenía fuerzas para clavar las uñas en el mimbre sucio y maloliente del canasto. De repente se detuvo la oscilación inarmónica y una breve sacudida le indicó que el canasto ahora estaba apoyado en el suelo. En reposo. Retrajo las uñas y se hizo un ovillo. Si me quedo quieto van a olvidarse de mí, pensó. Justamente en ese lugar donde lo primero iba a ser ocuparse de él, pobre infeliz, pobre gato, pobre gato sin botas ni ratones, pobre gato de departamento, pobre gato de.

Alguien levantó la arpillera y Muón se sintió caer en un pozo infinito, oscuro y denso, donde se disolvería sin remedio entre otros pobres gatos idénticos, grises, repetidos.Lo acostaron en una superficie plana, horizontal, lisa, reflectante, pulida y fría. Su cuerpo cedía a los movimientos, las torsiones, los desplazamientos y él asistía a todo esto como desde afuera, como espectador de sí mismo, como el alma de un muerto participaría tal vez del propio velorio, pobre muerto, pobre alma, pobre gato.

Lo volvieron a poner en el canasto, lo enroscaron, lo giraron, lo flexionaron, a él, al pobre gato en emergencia, ejemplo de todos, modelo de algunos, ahora lo cubrían con la arpillera, unas manos pequeñas la metían entre su cuerpo y el canasto, como demarcando un afuera y un adentro, limitándolo, separando dos mundos, uno con gato y otro sin él, un afuera luminoso y un adentro oscuro, negro y profundo, al que él se negó acomodándose en el fondo de la cesta, desplazando la arpillera y saludando a la luz con un leve maullido de circunstancias.

El trapo voló por el aire, unas mangas blancas lo alzaron y dos pares de ojos lo miraron incrédulos. Los brazos lo llevaron de vuelta a la superfice plana, reflectante, lisa. Ahora estaba de pie, ronroneando y temblando, arqueado el lomo, ondulante la cola, buscando con la mirada el plato de leche, las cabezas de pescado, los porotitos de alimento balanceado.

Lo enjaularon. En observación, escuchó decir. Pero apagaron las luces y cerraron la puerta, dejándolo solo y a oscuras, sin leche, sin porotitos, sin pescado, pobre gato encerrado, pobre gato-objeto, pobre gato infeliz, que ni siquiera puede decir un miau porque entoces abrirían la puerta y volvería a caer en las insondables profundidades del agujero negro donde convivirá la muerte con la infinitud gatuna, de seres grises y anónimos, el infierno gatuno, el báratro felino, el paraíso ronroneante, el purgatorio con bigotes.

Nuevamente el plano brillante y frío, los brazos blancos, otra vez las miradas dobles, cuádruples, lo escrutaron con lentes cóncavas y convexas, con las ópticas del astigmatismo y la miopía; con rigor como en la presbicia y con inquietud como en el nistagmo. Flexiones, extensiones, un corto vuelo en vertical, la bolsa y el abandono.

Se extendió desperezándose y maulló de hambre y soledad. Salió de entre las gasas sucias, los catéteres, los tubos de goma y los frascos plásticos, respirando una atmósfera pesada de olores viejos y efímeros perfumes. Alguien abrió la puerta y Muón empezó a caer en el pozo del final.

Otra vez la luz, ahora un tubo fluorescente con extremos inquietos y violetas iluminaba trémulo y parpadeante. Unos pasos decididos, un cajón que se abre y cierra inmediatamente, el reflejo irisado de una ampolla , el minimalismo práctico de una jeringa y otra vez la superficie sin roce, el plano horizontal, el desgaste del vidrio por la fricción del serrucho, un clac y un clic, el líquido que se acomoda a la forma de los recipientes, un ventanuco que se abre y como acción a distancia una discreta ondulación en la piel de un gato que ahora eriza la estática y no el miedo, el báratro, el limbo, la anomia. Portazo y nada más.

El aire frío que se colaba por el balancín lo revivió, asomó la cabeza al exterior y dándose impulso con las patas traseras cayó en breve trayectoria sobre el plano inclinado del techo de un galponcito. Dio unos pasos iniciales tambaleando pero todavía con un resto de elegancia; miró la luna menguante y se sintió por vez primera gato de sí mismo, no un objeto para la observación y el estudio, no una cosa. Y percibió también que la muerte estaba lejos muy lejos, donde debía estar. Las primeras de una larga serie de certezas tardíamente merecidas.

Dicen que el viejo Schrödinger volvió a su casa desde la veterinaria con el canasto vacío, la arpillera sucia en el fondo, en la incertidumbre y farfullando incoherencias.




Javier VALLI, 27/9/10





Y aquí explican quien es el benemérito gato:

http://www.taringa.net/posts/info/1205546/El-Gato-de-Schr_dinger.html

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