miércoles, 4 de enero de 2012

El señor Schrödinger lleva su gato al veterinario

Muón temblaba debajo de la arpillera gastada. Apenas tenía fuerzas para clavar las uñas en el mimbre sucio y maloliente del canasto. De repente se detuvo la oscilación inarmónica y una breve sacudida le indicó que el canasto ahora estaba apoyado en el suelo. En reposo. Retrajo las uñas y se hizo un ovillo. Si me quedo quieto van a olvidarse de mí, pensó. Justamente en ese lugar donde lo primero iba a ser ocuparse de él, pobre infeliz, pobre gato, pobre gato sin botas ni ratones, pobre gato de departamento, pobre gato de.

Alguien levantó la arpillera y Muón se sintió caer en un pozo infinito, oscuro y denso, donde se disolvería sin remedio entre otros pobres gatos idénticos, grises, repetidos.Lo acostaron en una superficie plana, horizontal, lisa, reflectante, pulida y fría. Su cuerpo cedía a los movimientos, las torsiones, los desplazamientos y él asistía a todo esto como desde afuera, como espectador de sí mismo, como el alma de un muerto participaría tal vez del propio velorio, pobre muerto, pobre alma, pobre gato.

Lo volvieron a poner en el canasto, lo enroscaron, lo giraron, lo flexionaron, a él, al pobre gato en emergencia, ejemplo de todos, modelo de algunos, ahora lo cubrían con la arpillera, unas manos pequeñas la metían entre su cuerpo y el canasto, como demarcando un afuera y un adentro, limitándolo, separando dos mundos, uno con gato y otro sin él, un afuera luminoso y un adentro oscuro, negro y profundo, al que él se negó acomodándose en el fondo de la cesta, desplazando la arpillera y saludando a la luz con un leve maullido de circunstancias.

El trapo voló por el aire, unas mangas blancas lo alzaron y dos pares de ojos lo miraron incrédulos. Los brazos lo llevaron de vuelta a la superfice plana, reflectante, lisa. Ahora estaba de pie, ronroneando y temblando, arqueado el lomo, ondulante la cola, buscando con la mirada el plato de leche, las cabezas de pescado, los porotitos de alimento balanceado.

Lo enjaularon. En observación, escuchó decir. Pero apagaron las luces y cerraron la puerta, dejándolo solo y a oscuras, sin leche, sin porotitos, sin pescado, pobre gato encerrado, pobre gato-objeto, pobre gato infeliz, que ni siquiera puede decir un miau porque entoces abrirían la puerta y volvería a caer en las insondables profundidades del agujero negro donde convivirá la muerte con la infinitud gatuna, de seres grises y anónimos, el infierno gatuno, el báratro felino, el paraíso ronroneante, el purgatorio con bigotes.

Nuevamente el plano brillante y frío, los brazos blancos, otra vez las miradas dobles, cuádruples, lo escrutaron con lentes cóncavas y convexas, con las ópticas del astigmatismo y la miopía; con rigor como en la presbicia y con inquietud como en el nistagmo. Flexiones, extensiones, un corto vuelo en vertical, la bolsa y el abandono.

Se extendió desperezándose y maulló de hambre y soledad. Salió de entre las gasas sucias, los catéteres, los tubos de goma y los frascos plásticos, respirando una atmósfera pesada de olores viejos y efímeros perfumes. Alguien abrió la puerta y Muón empezó a caer en el pozo del final.

Otra vez la luz, ahora un tubo fluorescente con extremos inquietos y violetas iluminaba trémulo y parpadeante. Unos pasos decididos, un cajón que se abre y cierra inmediatamente, el reflejo irisado de una ampolla , el minimalismo práctico de una jeringa y otra vez la superficie sin roce, el plano horizontal, el desgaste del vidrio por la fricción del serrucho, un clac y un clic, el líquido que se acomoda a la forma de los recipientes, un ventanuco que se abre y como acción a distancia una discreta ondulación en la piel de un gato que ahora eriza la estática y no el miedo, el báratro, el limbo, la anomia. Portazo y nada más.

El aire frío que se colaba por el balancín lo revivió, asomó la cabeza al exterior y dándose impulso con las patas traseras cayó en breve trayectoria sobre el plano inclinado del techo de un galponcito. Dio unos pasos iniciales tambaleando pero todavía con un resto de elegancia; miró la luna menguante y se sintió por vez primera gato de sí mismo, no un objeto para la observación y el estudio, no una cosa. Y percibió también que la muerte estaba lejos muy lejos, donde debía estar. Las primeras de una larga serie de certezas tardíamente merecidas.

Dicen que el viejo Schrödinger volvió a su casa desde la veterinaria con el canasto vacío, la arpillera sucia en el fondo, en la incertidumbre y farfullando incoherencias.




Javier VALLI, 27/9/10





Y aquí explican quien es el benemérito gato:

http://www.taringa.net/posts/info/1205546/El-Gato-de-Schr_dinger.html

INTERNAN A DEODAMIA SESAMO

(Chefurbo, Ucronia. Agencia PRZ)
En un compás de espera que hizo cortar clavos a los glúteos más representativos de la comunidad local, la coleccionista de soldaditos de plomo fue rescatada por los bomberos de su confinamiento en un vagón del subterráneo.
El convoy había quedado atravesado en las vías y semicubierto de escombros, luego de descarrilar producto de la explosión de dos cartuchos de dinamita que colocó la organización terrorista conocida como “PGL” por su sigla en el idioma vernáculo.
La caracterizada coleccionista, se hallaba en muy buen estado de salud aunque se la veía algo demacrada por haber pasado tres días sin comer y bebiendo agua mineral con gas.
Deodamia Sésamo, de 59 años de edad, comenzó a coleccionar soldaditos de plomo luego que su padrastro le regalara tres ejemplares en una cajita de madera al cumplir seis años de vida.
“Siempre creí que esto iba a ser el leit motiv de mi existencia” declaró a nuestros corresponsales, desde su lecho en el Hospital Nacional Ucronio (HNU), donde se la internó preventivamente en observación. Su psiquiatra de cabecera, el italiano Giuseppe Lonardi, se excusó de hacer declaraciones sobre el caso, amparado en el secreto profesional.
La colección actualmente se compone de seiscientas piezas del más variado origen y su costo asciende a seis millones de tropis, la moneda nacional ucronia, unos doscientos dólares según la cotización del día.
Deodamia transportaba en el momento de la explosión más de la mitad de su colección en un baúl de madera especialmente diseñado para exponer las piezas, y debido a ello se negó reiteradamente a abandonar el vagón hasta que alguien le diera garantías de que su colección quedaria en buenas manos mientras la internaban en el HNU.
Intervino personalmente el Secretario de Cultura quien hizo trasladar el baúl hasta su domicilio particular en la capital ucronia.
La señorita Sésamo no tiene familiares directos aunque mantiene relación epistolar con una amiga en nuestro país, la docente Eunice Pellegrino, quien confidencialmente nos expresó que Deodamia halla en su actividad como coleccionista “un oasis de bonanza en la vorágine moderna” así como también “un homenaje a la memoria de su padre biológico, quien fuera soldado del ejército ucronio y muriera peleando contra el oscurantismo y la intemperancia, en el año 1952”
La organización terrorista PGL anunció que no tiene proyectados otros atentados por el momento, lamentó lo sucedido a Deodamia Sésamo y sin embargo amenazó al Secretario de Cultura con intensificar sus acciones si no se compromete a restituir la colección a su legítima dueña.
No se ha recogido ningún comentario en ámbitos gubernamentales.


(de nuestro corresponsal)


jueves, 20 de octubre de 2011

Knud, el conde, el abad y la viuda



Prudence Laurel Leeds, sexto conde de Weddel-upon-Tyne, descendió del barco a lomos de su criado, precedido por su baúl que se estrelló contra los adoquines. El gigante pálido depositó al conde sobre los restos de su equipaje, y el noble dipsómano y lisiado se sostuvo precariamente erguido con la ayuda de su paraguas de seda gris.
Knud corrió prestamente hacia las oficinas del puerto en busca de un recipiente un poco más digno para las asentaderas de un eventual pero poco probable heredero de la corona británica. En una jerga que mezclaba el danés con el italiano y el portugués, nunca se sabrá cómo, se hizo entender y volvió con un cajón de madera liviana y una banqueta. Acomodó al conde en su patético trono, juntó el contenido del baúl que estaba disperso en el piso entre astillas y herrajes sueltos, lo metió todo como mejor pudo en el cajón y salió nuevamente a la carrera en busca de un medio de transporte y un albergue.
***

El alojamiento que había encontrado Knud era poco menos que dantesco. Sin embargo, estaban bajo techo y nadie hacía preguntas, al menos en un idioma comprensible para un danés, lo que lo hubiera obligado a responderlas. Por otra parte el inglés seguía preso de sus ingestas alcohólicas y en su delirio creía seguir en el barco.
Para cuando Prudence se liberó de los vahos y estuvo en condiciones de quejarse amarga y largamente de su condición de paralítico sin mayores recursos en tierra firme, el criado había localizado dos fondas aceptables y la estación de trenes.

***


Partieron de madrugada, sin saber muy bien dónde quedaba su destino, ya que Earl Prudence argumentando un capricho momentáneo había elegido Jujuy por aparentes razones de eufonía más que geográficas. A esta altura Knud tenía bien claro que el conde estaba huyendo, ya fuese de sí mismo con la afición a la bebida, ya fuese de alguien o algo impreciso, que el conde nunca iría a nombrar, al menos en condiciones de sobriedad.
Luego de haber padecido todo tipo de penurias, molestias y desavenencias, el dúo superpuesto llegó a la estación de Yala; empolvados y sedientos, irreconocibles más que desconocidos, estaban seguros de haber dado con algo así como la contrapartida de Copenhague y Londres, todo junto.

Con el cajón de madera conteniendo sus únicas pertenencias a buen resguardo en la estación, la banqueta y el conde a sus espaldas, Knud cruzó la plaza hasta un lugar donde creyó que podría encontrar alojamiento y comida. Cuando hizo los gestos usuales de alimentarse y beber, le señalaron la iglesia y el monasterio del pueblo; la traza de ambos era tal que los habían tomado por mendigos.
El danés golpeó en el portal y les abrió un fraile, que los hizo pasar y les señaló un aljibe. Knud sacó varios baldes de agua con los que ambos se lavaron la cara y los brazos hasta quedar con un aspecto aceptable. Comieron, descansaron y esta vez fué el conde quien preguntó al fraile y en latín por un lugar donde alojarse. La ocurrencia del inglés sorprendió al religioso, que no esperaba ese rasgo de cultura en alguien a quien hasta entonces había creído un mendigo y respondió que tal vez el abad pudiera informarles mejor.

***

El abad era un hombre bajo, de cabeza calva y redonda, nariz recta y cejas pobladas bajo las cuales se movían dos ojos oscuros e inquisidores. En un principio dudó en ofrecerles más que lo que ya habían recibido, pero las piernas lasas del conde lo hicieron mudar de idea. Bien podía alojarlos dos o tres días, el tiempo suficiente como para averiguar sus antecedentes y sus intenciones en un lugar tan alejado de los mares del Norte.

Sea porque el latín clásico tal vez no tenga los términos adecuados para referirse a productos contemporáneos como aguardiente o cigarros, o bien porque el abad recelaba de sus huéspedes al punto de limitarse a hablar sólo de lo que se había propuesto indagar, la conversación fue larga e incómoda; sin embargo gracias a ella el conde consiguió una habitación blanqueada a la cal con ventana al interior del monasterio, una bacinilla para sus necesidades y un permiso especial para que Knud durmiera bajo el alero; sin una silla de ruedas, el danés era su única posibilidad de desplazamiento. Debieron comprometerse sin embargo a no elevar la voz innecesariamente y en lo posible a guardar silencio, la paz monástica así lo exigía. Earl Prudence obtuvo sin embargo algo inesperado, un ejemplar de un diario en inglés, amarillento y manoseado, que a falta de otra literatura lo ayudó a pasar el resto de la tarde. Mientras tanto Knud volvió a la estación a buscar el cajón.
Concluyó así el conde que tal vez no fuera él el primer súbdito británico en pisar esas tierras. El periódico era de varios años atrás, y conservaba adheridos restos de un sello de lacre, lo que indicaba un envío postal a un residente de la localidad más que un olvido por parte de un viajero de paso por el monasterio...o ambas cosas.
Le ordenó entonces a Knud salir al pueblo al día siguiente por la mañana para hacer averiguaciones. Averiguar en este caso es una figura de lenguaje, porque el pobre Knud se vería limitado a una simple inspección visual de su entorno, aunque por otra parte -imaginaba el inglés- si hubiera otros británicos en Yala seguramente intentarían hablar con Knud, creyéndolo de los suyos. De esta manera sería los otros quienes preguntaran por él.
Knud regresó cerca del mediodía, con una indispensable botella de aguardiente bajo el brazo, y la novedad de haber sido seguido discretamente hasta el monasterio por una mujer menuda vestida de negro. Ningún vecino había dirigido la palabra al danés, y éste habia regresado con la opinión de que su llegada había causado en el pueblo más desconfianza que curiosidad. De cualquier modo el dueño del alambique no había tenido inconvenientes para trocar una botella por cuatro cigarros de hoja.
***

El domingo, después de misa, el mismo fraile que les había franqueado el paso a su arribo al monasterio, dirigiéndose al conde en un latinajo memorizado para la ocasión, le comunicó que el abad lo esperaba en el locutorio. Cargó Knud con el inglés a cuestas y lo depositó en una poltrona frente a una pequeña biblioteca. Hecho ésto, se retiró, en el momento justo en que la mujer de negro que lo había seguido entraba en la habitación detrás del abad. Se hicieron las presentaciones de rigor, en castellano para presentar el inglés a la dama, en latín para presentar la dama al inglés.
La mujer se llamaba Isabel y era una criolla, viuda de un escocés católico que se había casado con ella en segundas nupcias y había sido jefe de la estación de Yala, gracias a lo cual hablaba un inglés aceptable y además había heredado una casita cercana a los andenes. Estaba también lejanamente emparentada con el abad. Había visto a Knud llevando a Earl Prudence a cuestas, los había visto hacer señas para comunicarse con la gente del pueblo y había seguido al danés hasta ver que se alojaban en el monasterio. Pidió permiso en la iglesia para hablar con el abad después de misa, confirmó en parte su sopecha -ya que sólo uno de ellos era inglés- y allí estaba, para ofrecerles ayuda. Resultó también ser la poseedora de innumerables ejemplares del London Times que su difunto esposo recibia con británica regularidad cada tres meses, embalados en bolsas de tela gruesa con catorce ejemplares cada una; cuando llegaba esta encomienda en particular, se hacía sonar seis veces la campana de la estación, y el escocés salia en una silla de manos llevada por dos criados, quienes también retiraban las bolsas y luego lo llevaban hasta una fonda cercana donde según la hora del día bebía chicha o aguardiente. La silla de manos permanecía frente a la ventana de la fonda mientras los criados llevaban a casa todas las sacas menos una, la que contenía los ejemplares más recientes y que el escocés leía plácidamente sentado a la mesa de nudosa madera.
El conde escuchaba la historia con ojos cada vez más abiertos, porque había oído a su hermano Constance relatar una historia semejante, al regreso de uno de sus viajes por el mundo.
La diosa Oportunidad y la musa de la memoria, se entretienen a veces jugando con baúles, banquetas, dudosos monasterios, condes fugitivos y horarios de trenes.


Javier Valli, 25 de agosto de 2009

OTRO Y UNO



Superar la hoja en blanco pensó Uno y Otro le contestó con una risita burlona. Es que no sé que voy a escribir. Sos tan imaginativo vos. A ver a vos se te ocurre algo despues de todo? Que tal esa idea de la viejas tendiendo ropa. Las que estaban en un pueblo dominado por un gobierno militar? Si, esas. La cambié ahora no es mas un grupo militar son extraterrestres. Andáaa. Que no te gusta. Los extraterrestres, no tienen gracia me recuerdan los enanitos verdes con Fabio Zerpa. No era José de Zer? Es igual, otro esclarecido. Hacían la revolución las viejas. Si con broches de la ropa, andá. No me digas que no soy original. No sé para mi sos medio pelotudo. Claaaro vos que se supone sos la contraparte acumulás toda la materia gris de este cerebro.

[Uno escucha un timbrazo. Otro aumenta el ritmo cardíaco. Uno baja rápidamente las escaleras. Otro aumenta la acidez estomacal. Uno abre la puerta. Otro guarda la llave en el bolsillo derecho. Uno recibe la encomienda. Otro firma. Uno busca la llave en la cerradura. Otro la esconde y aumenta la sudoración. Uno cierra la puerta sin ponerle llave y hace un gesto de disgusto. Otro lleva la mano al bolsillo y Uno encuentra la llave. Uno le da la razón a Otro en silencio. Otro levanta al pasar una mandarina de la frutera y la va pelando camino al escritorio. Uno se ve con las cáscaras en la mano y vuelve sobre sus pasos a la cocina, a buscar el tacho. Otro enciende la hornalla y pone la pava. Uno vuelve al escritorio]

La hoja sigue en blanco, pensó Uno. La encomienda, dijo Otro. Quedó abajo, después la veo. Tres meses por unos libros, está bien que vienen de afuera pero es una barbaridad. Es que es caro el correo. Los euros son caros. Estábamos hablando de las viejas que tendían ropa. Si con Fabio Zerpa. No, sin Fabio Zerpa y con broches de colores. Y se comunicaban entre ellas. No, con los extraterrestres. Es joda. ¿No te dije que cambié la idea? ¿Y cómo con los extraterrestres? Con un código.Como en Poe con el escarabajo y las viejas lo descifran anndáaaa. No, los extraterrestres. No lo he visto a Dios con gorra 'e vasco. Colores, usan colores. Y todo eso en un cuento. Si, en un cuento, bueno, una novela. Y vos ¿vas a escribir esa novela? Claro, si. Pero lo que tenés que hacer ahora es un cuento. Si pero no se me ocurre nada más, justamente ahora . Eso te pasa porque dormís mucho. Y vos con eso no tenés nada que ver. Claro que no. Como que no son tus horas libres cuando duermo. Si justito para andar por techos y precipicios con julepe de caerse y le llamás horas libres. Claro el julepe es solamente tuyo, como que yo no me despierto hecho una sopa. Estabas hablando de colores y las viejas. Tienden la ropa con broches de colores y en la serie de colores hay un código. Y los enanos verdes? Y dale con Zerpa, che, yo dije extraterrestres. Bueno, eso. Los extraterrestres reciben la información. Sos cómico vos. Asi no te resulta tan aburrido vivir conmigo, no? A veces pienso que yo no me merezco esto. Mirá que me voy a dormir y aparecés en un barco de galeote. Hay un ruidito como de tableteo no? Otra vez pusiste la pava sin avisar. Yo no tengo la culpa si vos no registrás lo que hacés. Yo tampoco me merezco esto. Aprovechá y preparate un té. Claro para que vos después vuelques la taza. Un mate volcado en el teclado de la Olivetti es peor. O sea que en definitiva si yo no escribí nada todavía es porque vos no has querido que escriba y ahora me salís con el té para arruinarlo definitivamente. ¿Tomarían té las viejas tendedoras? Ahora cargame como que no tengo elaborado el personaje, no? Yo te pregunto si tomarían té. No sé que tiene que ver una cosa con otra pero sí, toman té y mucho por? No sé, me acordé de una película donde la chica está embarazada y toma cantidades industriales de café. Este té está horrible. Claro porque lo hiciste con el filtro usado. Seguí jodiendo vos y te voy a hacer probar un porro. Amenazame y vas a ver que el próximo mate lo cebás con orégano. Acá va tu tecito, amargo para que no me subas la acidez. Vamos al escritorio. No, cuanto más lejos del escritorio esté la taza mejor. Bueno, pero ¿asi solo, ese tecito? ¿Un pan con manteca y miel andaría, no? Excelente. Asi se me cae sobre la resma de acuatro, ¡te conozco, mascarita! Es que me preocupo por tu salud. Para eso no me hagas entrar en el super cuando sabés que hay oferta de lácteos. Claro, asi después volvés caminando por no comprarle el yogur a los chinos que apagan las heladeras de noche. Chinos, un cuento con chinos. No te digo. Y ahora que te pasa. Esos platos fuertes no son para vos. Cantame un tango ahora. No más, inventate el nombre de los personajes. Tiro una lata vacía por la ventana y listo. No te digo que sos cómico y de chistes viejos además. Claro con la heurística que usted me aporta voy a hervir en la originalidad. Pileteá la taza y andá a Olivettiar. No, mejor voy a abrir la encomienda.

[Uno abre el paquete. A Otro se le caen los libros de entre los papeles del envoltorio y vuela una tarjetita abajo del mueble del televisor. Uno se agacha a juntar los libros. Otro ve la tarjetita y la levanta guardándosela en el bolsillo dela camisa. Uno hojea el libro más grueso “El Conde de Montecristo”. Otro recrea la figura del padre leyendo sentado sobre una bolsa de granos. Uno abre el libro. Otro elige el par de páginas que estaban subrayadas con lápiz. Uno se maravilla de la pluma de Dumas. Otro propone pensar en el almuerzo. Uno deja el libro sobre el sillón y va a la cocina en busca de la libreta de teléfonos]

No hay caso yo te elijo a Dumas para que lo asocies con el Gato y la comida casera y vos cazás el teléfono. Claro, si voy a ponerme a picar cebolla a las tres de la tarde. Y que hay. Hambre hay. Unas empanadas entonces. Jugosas para que chorreen en el papel y en el teclado. Y dale con Pernía. Es tu culpa que me hacés arruinar los trabajos y además tengo que escribir y para eso me hace falta tiempo. Pensar es lo que tenés que hacer. Claro con la paz espiritual que usted me proporciona. No te digo que Dios le da pan al que no tiene dientes. ¡Un sanguchito! De berenjenas y atún. Claro así con el aceite mancho las hojas. Si todavia no escribiste nada. Escritas o no si se manchan ya no sirven más. No será mejor pedir comida china? Es una chicana? No se me ocurriría. Acá no hay ningun delivery de comidas chinas. Mirá en el bolsillo de la camisa. No es un delivery es un restaurante. Justamente nos vendría bien un cambio de aire. Y de entorno. Si y también de interno pero eso no tiene remedio. Eso decís vos no sabés las terapias alternativas que hay. Que también transplanten eso me vendría bien. Nunca aprendiste. A qué. A vivir conmigo. Es que se supone que vos no tendrías que hacerme daño. Yo no te perjudico. Claro porque cada tanto me hacés creer que los encuentros son casuales por ejemplo. Exacto. Pero yo no hago nada si a vos no te gusta. Estoy para eso, me dijeron. ¿Te dijeron? Si, los enanitos verdes, boludo ¿quien me lo puede haber dicho? Como no sea en la clínica cuando ataron el ombligo...Es una forma de decir que esto está programado y que mi función es protegerte. Protegerme de la escritura por ejemplo. Claro, para que no cometas aberraciones. Ya te dije que vas conocer las virtudes liberadoras del cannabinol. Pueda ser que así escribas algo coherente, aunque pensándolo bien preferiría que te durmieras una siesta. Si y levantarme media hora antes justito para ir al taller. Sería. Sería las de Jara, tengo que escribir ese bendito cuento. Por ahí el argumento sale del sueño. Vos nunca proponés nada, más bien me hacés desistir de lo que yo emprendo. ¡Es que emprendés cada cosa vos! ¿por qué no te ponés a leer un peiper? Parecés mi jefa. Un poco de razón tiene. Defendela, claro, si te gusta. Boludo. Atorrante. Juntos somos dinamita. Si, pero mojada. Culpa tuya por tanta birra, el whisky es más seco. La Quilmes viene cada vez peor. Por eso lo último que tomaste fue una Stout. Ahora decime como se acaba esto. Qué cosa . El cuento. Qué cuento, si no escribiste nada. Lo mismo da, hay que pasar a otro tema. Como almorzar, por ejemplo. Por ejemplo.

[Uno toma el llavero y va hasta la puerta. Otro toma el paraguas al pasar. Uno sale con el paraguas en la mano y achica los ojos por la resolana de las tres de la tarde. Putea bajito a Otro que se esconde en un bostezo de hambre. Uno pasa el paraguas por el respiradero del sótano y lo deja caer. Otro hace una seña a un taxi que pasa. Uno sube al coche y se alejan]
JMV 15/7/09

No te des por vencido ni aun vencido



Había nadado desesperadamente, aferrado a las tablas. Fueron su prisión y luego le salvaron la vida. Atravesó una madera detrás de las dos rocas puntiagudas, pasó la cadena por entre ambas y así se aseguró de que si se dormía o desmayaba la corriente no lo arrastrara. El grillete habia comenzado a lastimarlo, el sol y el agua salada harían sin duda lo demás en corto tiempo. No había más que musgos, algas y esa piedra volcánica lustrosa y áspera. Igual que su isla natal, antes de que llegaran los piratas. Un pedacito, tanto como para morir con el recuerdo frente a los ojos. Pero porqué morir? Los dioses le habían conservado la vida, les agradeció bebiendo un trago de agua en el hueco de la mano y ofreciendo el resto en un abanico de gotas, como habia visto hacer a los ancianos una vez, pero con el dulce vino oscuro de las tinajas de barro.
Morir? Imposible, estaba vivo y entero. Todavía podia dar pelea. Un pececito quedó atrapado entre los musgos y el se lo tragó de un solo bocado. Las escamas se le pegaron al paladar, el gusto amargo lo llevó a un pasado no tan lejano cuando era niño y masticaba esas extrañas bayas que lograban mantenerlo despierto durante la noche, vigilando. Era el único hijo varón y el padre, junto con los otros adultos de la isla, había partido a la guerra. El abuelo casi ciego le habia confiado el secreto de las bayas.
Estaba vencido. Vencido cuando se lo llevaron los piratas y lo encadenaron en la bodega. Vencido ahora con el sol alto que lo enceguecía y lo quemaba, con el mar que embestía el peñón una y otra vez como si quisiera volver a llevarselo. Pero no. No. Otro sería quien se dejara vencer, él no. Tenia que sobrevivir. Como su padre , como su abuelo y otros tantos más. Conservar la vida. Le latía en las sienes con furia la sangre de su raza. Luchar contra la adversidad. Los dioses le habian dado la señal al permitirle alcanzar esa roca solitaria. Estaban de su lado, de lo contrario lo hubieran dejado morir junto con el resto. Pero sólo para él se rompieron las tablas del barco, sólo para él estaba esa roca, sólo para él los dioses habían creado la esperanza.

Javier VALLI

La Visita




Miró el reflejo que se hacía por debajo de la canilla y le pareció una mujer de pollera blanca y larga, con un delantal oscuro y las manos cruzadas por el frente. No llegaba a vérsele la cabeza y pensó qué triste sería existir siendo un reflejo encerrado en un grifo, y encima encorvado como mirándose eternamente el ombligo.
Llevó la vista a la alfombrilla de trapo y en los hilos pisoteados le pareció distinguir innumerables seres milimétricos, cabecitas de gnomos, mujeres de rodete, ancianitos de sombrero de paja. Ellos al menos tendrían compañía cuando la oscuridad disolviera a la mujer de la canilla y al mismo tiempo los liberara de la alfombra.
El desgaste del piso bajo la ducha le mostró un vergel de árboles y flores, pájaros y reptiles. Un gnomo empuñaba inútilmente una caña tacuara frente a un río o quien sabe, una laguna.
Se levantó y volvió a sentarse un poco más a la derecha. La mujer de pollera blanca desapareció, no así los muñequitos de la alfombra ni las manchas del piso. No estaba tan prisionera del grifo como él habia supuesto, y era evidente que aprovechaba la menor oportunidad para escaparse. Tal vez había ido en busca de un delantal más limpio para ponérselo antes de recibir a las siguientes visitas. Huía en pleno día, una distracción le bastaba para liberarse.
En las vetas del mármol del lavatorio encontró otra vez el río. Tal vez los gnomos vendrían a pescar en él durante la noche. La bacha le mostró los conocidos rastros de óxido y de tinturas para el cabello, y de los potes que alguna vez habían estallado en caídas repentinas, dejando unas marcas rosadas y en abanico que habían ido oscureciéndose con el tiempo. Pensó que ahora eran como almejitas y que tal vez los gnomos podrían recogerlas para alguna cena frugal. El espejo biselado y vacío no le franqueó el paso a ninguna parte y debió contentarse con un paseo por la casa.
Transpuso la puerta y el ruido lo estremeció; seguramente la radio había perdido la sintonía y se oía algo así como un murmullo apagado de voces diferentes, intercambiando frases breves en un idioma incomprensible. Cruzó por el escritorio y la biblioteca, fue despacio hasta la cocina y encontró la mesa puesta para tres. Tres servilletas de colores distintos, dos vasos de agua, una copa para vino, la panera con galletas, tres cucharas, tres tazones sin asas para el guiso. En los pliegues, manchas y bordados del mantel se escondían otros seres menores: reptiles, flores, insectos, algunas caripelas inexpresivas. Y en el linóleo del piso de la cocina volvió a encontrar las nubes de una tarde de mayo, frente al río. Se abrió la ventana y el aroma del azaharero por poco no lo ahogó. Volvió a cerrarse y el crujido de la falleba le sonó en las sienes como un estallido.
Iba a tardar en acostumbrarse a su nuevo estado. Esquivó un gato que corría nerviosa e inútilmente de una habitación a la otra. Dejó atrás la cocina y la mesa tendida para tres, se filtró por el agujero de la cerradura y salió a la calle, antes que alguien de su familia se diera cuenta de que había estado de visita.





Javier VALLI
25 de mayo de 2010

Bereshit



Los dioses del Olimpo y los del Walhala, llamaron a reunión general a todos los demás dioses para tratar ciertas cuestiones de importancia en la regulación de la vida en el más allá y en el más acá.
Al parecer el mundo recién creado carecía de cosas esenciales. Era más bien un ovillo de rocas y metales, como si hubiese sido un desmoronamiento de mundos anteriores, amorfo e inútil. Sobre esa superficie riesgosa, brillaban los montes y resplandecían los palacios en que moraban las divinidades y a cierta distancia de todos ellos parecía arder algo semejante a un ovillo de ramas, eternamente y sin consumirse.
Concurrieron entonces centenares de diosas, preñadas de cientos de genios y duendes de la naturaleza, que no podían parir porque no había un solo tallo, una sola hoja verde, una gota de agua donde asentar tanta ninfa, tanto sátiro, tanto espíritu primigenio. No había tampoco aire para hacer el viento, ni agua para el mar y los ríos, para que erosionaran las rocas, y los dioses de los nómadas llegaban en pequeños grupos, callados y buscando un solo, un único, grano de arena ejemplar, con el que comenzar a poblar sus desiertos.
Llegó también un dios anciano de barba partida, acompañado de un joven rubio de túnica sin costura. El anciano traía las manos embadurnadas con una sustancia desconocida, seguramente algo primordial con lo que había estado obrando momentos antes. Los rodeaba a ambos un aura dorada que de a ratos parecía plasmarse en la figura de un ave.
Zeus, Odín y la Trinidad brahmánica parecían presidir la reunión
-Estamos reunidos para ver que vamos a hacer con este mundo que creamos- tronó Zeus .
-Entre todos tenemos que decidir que hace falta y que no- se animó a decir Siva, desde adentro de la Trinidad que se veía como un paquidermo giratorio y multifacético.
-Pero apúrense, que estamos que reventamos- dijeron a coro las diosas preñadas.
-Creo que lo primero que hay que hacer...- empezó Odín.
-Silencio! - lo increpó el viejo de barba partida- yo ya tengo hecho bastante, cuando ustedes decidieron reunirse ya hacía rato que yo venía creando cosas.
-¿Cosas? -dijo Odín, todavía amoscado por el reto- ¿como qué cosas?
-De todo, hasta el Hombre y la Mujer, hemos creado - se animó al plural - por eso traigo las manos embarradas, de crear al Hombre, Adán, y al ratito a la Mujer, Eva se llama.
-¿Ah, sí? - dijeron las diosas- y ¿está de encargo, también?
-Bueno, parece que ustedes no entienden nada... a ver, yo vengo de crear a la especie humana. Entre otras cosas para que ellos los imaginen a todos ustedes. Ustedes son, existen porque mi creación los imaginará. Y como ustedes deberían saber, en estas cuestiones divinas no hay tiempos verbales, es lo mismo antes que después, la consecuencia puede preceder a la causa.

En ese momento se produjo un murmullo generalizado, que fue interrumpido por las voces de Odín y Zeus que a dúo estallaron:
-¡Jamás! El mundo que creamos necesita de nosotros, y no nosotros de él.
-¡Creemos algo ya! Algo de cuya importancia no quede lugar a dudas. El bicarbonato, por ejemplo- dijo Hefestos sacudiéndose las chispas del trabajo en la fragua.
-¡Si, el bicarbonato! ¡tenés razón rengo, y de paso también el agua!- dijo Poseidón, todavía en seco y sin reino.
-¿Bicarbonato quieren? -dijo Palas Atenea- ¡Pero se lo bancan ustedes, no quiero cuentos después!
-¿No escuchaste hablar al viejito, que nos dijo que el tiempo verbal era insignificante en estos casos? -se oyó desde el fondo a una musa.
-¡Quién dijo eso?- saltó Cronos, mirando la clepsidra inútil que los dioses orientales le habían traído de regalo.
-Yo lo dije, y más vale que te vayas fijando en lo que comés, mocoso- reaccionó el de barba partida, con la aureola cada vez más verdosa por la indignación de verlos pelearse por el segundo puesto.
-Repito, quieren bicarbonato y bicarbonato tendrán: ¡hacheceotrés, rayita!- creó la Niké entre dos resplandores del escudo.
    Y el bicarbonato se corporizó, bajo las propias narices del viejito omnisapiente.
    -Ya conoces nuestra creación, vejete, ahora muéstranos la tuya - le zampó Palas repentinamente doblada al castellano peninsular. Seguramente la insignificancia de los tiempos verbales estaba prestando su efecto.
    -Mi creación está encerrada en un jardín, son ustedes los que tienen que ir allá y eso por el momento no puede ser.
    -¿Un jardín? También creaste un jardín? - preguntó Deméter en un hilo de voz.
    -Jardín y lo que no es jardín, gordita. He creado de todo. Y lo mejorcito, lo puse en el jardín.
    Mientras tanto el bicarbonato, que había sido creado como una masa informe, comenzó a dar señales de estar produciendo otras cosas a partir del plasma incorruptible que lo constituía. Surgieron de él las lavas de los volcanes, las aguas de los mares donde sin dudar un instante se zambulló Poseidón y los aires que en movimiento dieron lugar al Céfiro y al Noto. También surgieron de sus entrañas de piedra fundida y en forma de funciones de onda mentales la más variada serie de nociones y conceptos éticos y morales, políticos, filosóficos, teológicos, desde la monarquía absoluta hasta la delectación morbosa en el conticinio, pasando por el esteleonato. Brotaron la caja de Pandora todavía vacía, el martillo de Thor y el mazo de Daikoku, el hígado y el águila de Prometeo, una yunta de centauros con herraduras de oro, y toda la utilería necesaria para unas mitologías comm'il faut.
    En cuanto a lo elemental, emanaron del bicarbonato el nitrógeno, el hierro, los alcalino-térreos, los gases nobles y el uranio 235. El ozono quedó para después y el Malo aprovechó para inventarlo, festejando con ello la expulsión del paraíso. Amagó con el bosón de Higgs pero arrugó y aún lo están esperando.
    Constituído en piedra angular de la filosofía, el bicarbonato fue reverenciado por los dioses olímpicos desde el momento de su creación. Mucho tiempo después se dijo que la joya central en el turbante de Alá estaba compuesta de bicarbonato monocristalino. Y tal vez estuvieran saturadas de bicarbonato las aguas del Leteo, pero nadie lo recuerda.
    La victoria final le llegó cuando Yahvé lo incluyó en el metabolismo de los seres vivos. Lo hizo al abrir la puerta del Edén, como un gesto de misericordia hacia la vida silvestre y un acercamiento a los otros credos.



    Javier VALLI
    2/V/2010
    Bereshit: en el comienzo (así empieza la Biblia en hebreo). Iparraguirre no me deja mentir.
    Niké: Victoria, en griego. Una "advocación" de Palas Atenea. Ojo ahora al nombrar las zapatillas.
    comm'il faut: del francés. Como es necesario (que sea)
    Leteo: rio del infierno, cruzarlo provoca amnesia.