jueves, 20 de octubre de 2011

Agua, que me da sed nombrarte.



Subió con paso ágil y decidido los tres escalones y entró al ascensor transparente que lo conduciría al último de los trampolines. La multitud coreaba su nombre, aplaudía, rugía. Un juego de luces enmarcó a la docena de mujeres que -ya en el agua- se desplazaban armónicamente, como un calidoscopio humano que esperaba la llegada del clavadista.
Se irguió sacando pecho. Extendió los brazos y los llevó hacia atrás y hacia adelante, ensayó un saltito que creyó gracioso, y se tiró. En la caída fue haciendo giros y piruetas, que el público siempre aplaudía y coreaba, rugiente y fervoroso. Por último, extendió los brazos , cerró los puños y cruzó la superficie del agua justo entre las doce nadadoras que lo esperaban en circulo tomadas de los brazos, herederas inconfesas de una Esther Williams para todos olvidada. Nadó unos metros por debajo del agua para salir a la superficie en medio del círculo de ninfas y náyades ya bastante veteranas. El público volvió a corear. ¡Blas Plá! ¡Blas Plá! O decían ¡Blasblasblás! Y aplaudían con un plaplaplá que no por cariñoso dejaba de sonar burlón a los que recién conocían al menudo, flexible y conspicuo clavadista onomatopéyico.

Esa noche, en la piecita del fondo, acostado mirando el techo de telgopor y varillas de aluminio, se preguntaba cómo habia llegado a ser quien era, o lo que era, sin hacer mucho esfuerzo en diferenciar una de otra cuestión. ¿Era un predestinado? ¿Un pobre infeliz que había desarrollado una habilidad creyendo que elegía libremente? No tan libremente, ya que en Masagua siempre se habían fomentado los deportes acuáticos, desde la época fundacional cuando los colonos holandeses y valencianos trajeron molinos y arroces, cuando el paisaje se fue llenando de lagunas artificiales, cuando el río aumentó su caudal con el cambio climático...
Tras la pared de la piecita alguien cantaba una canción. Blas no tardó en quedarse dormido. La misma canción pero esta vez grabada y a la mañana siguiente, lo despertó:
Amor o que será mais certo que o futuro
si nele é pra habitar a escolha do mais puro...
Había nacido en épocas signadas por el agua, y si a algunos italianos les decían que su apellido salpicaba tuco, a él con toda justicia y sin ofenderlo, le podían decir que su nombre completo salpicaba agua...qué hubiera sido de él si se hubiese llamado...Estanislao Bernasconi, por decir algo. Nombre campero con resonancias polacas, apellido italiano, con ecos de friscaletti y memorias de azafranes. ¿Hubiera sido nadador? Tal vez sí, pero ¿con qué éxito, con qué popularidad? ¿cuán importante es para uno el propio nombre? ¿cuántas cosas de una historia personal se vieron definidas por un nombre cacofónico, ridículo, en fin inadecuado? Sin ir más lejos -pensaba- ahí estaban sus primos maternos, los mellizos Bevilacqua, uno se llama Amadeo como el abuelo, y el otro ¡Günther! ... todo por un metejón de la tía Lorena que se pasó el embarazo leyendo novelas de kiosco...¿y el nombre, de por sí, sin mediar rarezas ni ridiculeces, no influía en el destino? Pues claro que sí! ¿no se le cambiaba el nombre a un niño gravemente enfermo “para que la Muerte no lo encuentre”? Pero bien sabían los ancianos que no era así de fácil, que el cambio ajustaba los resortes más profundos y secretos del Destino. Tal vez debería decidir primero que esperaba hacer de sí mismo, no fuera que el nuevo nombre le jugara en contra.
Tomó prestado de la biblioteca del barrio un viejo volumen del Almanaque Social, y comenzó a estudiar los nombres y las profesiones de la gente. Muchos estaban evidentemente tomados del santoral, otros parecían responder a una moda de la época; tal vez sólo fuera que eran familiares entre sí y llevaban el nombre de un antepasado famoso. Encontró algunos tocayos, todos con apellido español.
Al otro día, ya lo tenía decidido: comenzaría la extraña tarea de recrearse a sí mismo cambiando su nombre y su apellido. Y de antemano, creyó conveniente autolimitarse: sólo uno de cada uno. En cuanto a su identidad actual, seguiría usándola; así la nueva obraría desde lo oculto, desde la sombra.
Después de haber almorzado, se presentó en el Registro de Identidades y Homonimias, una oficinita escondida al fondo de un pasillo en el segundo subsuelo de la Secretaría de Gobierno de Masagua . Amparado en su bien ganada fama, se basó en una necesidad de ocultarse para cierto tipo de actividades como el estudio o las vacaciones. No podía argumentar la influencia secreta de los nombres sobre el destino humano; mucho menos hacer un planteo estético, para desembarazarse de un nombre tan sonoro como el suyo. Las empleadas cholulas hicieron del trámite un procedimiento sumario, casi repentino. Y Blas Plá salió por una puerta lateral de la Secretaría, con anteojos oscuros y orgulloso portador de su nueva documentación falazmente original.
Ya vuelto a su casa y en la piecita del fondo, sacó su ropa de trabajo del armario- un gorro de goma y un slip con un estampado de estrellitas fugaces- la puso en el bolso gris y salió cerrando la puertita de madera. Partió en motoneta hacia el Centro Deportivo. Cruzó puentes y bordeó lagunas, dejando atrás arrozales frescos y viejos molinos quejumbrosos. Cruzó un barrio de monobloques y entró en el casco histórico de Masagua. Subió una escalinata llevando la motoneta de tiro, entró a la Plaza Mayor y allí la dejó -frente a la librería- atada con la manguera con cadena y un grotesco candado con contraseña. Un grueso nubarrón comenzaba a cruzar el cielo y Blas se preguntó intimidado si se suspendería el espectáculo, obligadamente a cielo abierto dada la desmesurada altura de la torre de los trampolines. Y lamentó el olvido de la campera de lluvia y las antiparras de manejo.
Las ninfas llegaron en una buseta, bajándose en rumoroso tropel y ejerciendo el comportamiento de rigor para ingresar a lugares públicos en dias de amenaza pluvial. Los organizadores iban a tener con ellas sus buenos treinta minutos de dimes y diretes como cada vez que llovía, y Blas aprovechaba siempre esa demora para hacer unos largos en la pileta cubierta. Ese día en cambio, recorrió la plaza con paso lento, hasta que sonó el reloj de la Alcaldía y lo sustrajo de sus oscuras y secretas cavilaciones.
Un inmenso dodecaedro opalescente se abrió para dejar paso a las primeras nadadoras y devorar los primeros aplausos. Un diminuto y ensombrecido Blas, semioculto tras la torre de los trampolines, subió los escalones, se dejó conducir por el ascensor y caminó por la tabla, dejándose caer al agua como quien es obligado a marchar hasta el borde de un madero extendido fuera de la borda, para morir en un mar de feroces tiburones. El público enmudeció. Cayó de pie, deglutido por el calidoscopio de náyades y ya no volvió a subir.


Javier VALLI, 6 de diciembre de 2009

1 comentario:

  1. ME ENCANTO- LA TEORIA DE LOS NOMBRES Y EL EXCELENTE RELATO LOGRADO. JUNTO A LA VISITA LOS ARCHIVE ME SORPRENDE EL CAUDAL DE LENGUAJE Y TEMATICA DESARROLLADO EN TUS VARIOS CUENTOS SORPRENDENTES. ESTE POR EJ. EL FINAL CORONA UN SUSPENSO QUE SE VIENE DESARROLLANDO CON FLUIDEZ Y TERMINA BREVE Y ABRUPTO SORPRENDIENDO ESTRELLA TOSCANI

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